Ya hace meses que adquirí, por motivos que se me ocultan, un ordenador nuevo muy superior al viejo en todos los sentidos; por motivos que se me ocultan, digo, pues jamás he llegado a utilizar al completo las potencias de todos sus antecesores en el cargo: ni su memoria ni su entendimiento ni su voluntad. Ciertamente lo nuevo siempre es un estímulo y así como tras un viaje o una lectura reveladora el escritor sufre un revolcón espiritual que se traduce en acelerones y calentones de las facultades mentales, así la presencia del ordenador nuevo introduce una mutación -y siempre esperamos que positiva- tanto en la comprensión del mundo como en los resultados literarios.
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El hombre, como ha sido eximido del sexto mandamiento desde antiguo, tiene abiertas posibilidades infinitas en su relación con los demás seres de la creación. Pero la mujer, en cuanto -por ejemplo- desea un poco de ejercicio corporal conjunto, es tildada de ramera. A esta condenación han colaborado desde antiguo la sociedad machista y las religiones. Hace ya la friolera de años, Gianbattista Vico escribía en su Scienza Nuova: Y entonces los hombres propagaron las horribles religiones y las espantosas normas paternas....
Con alevosía y nocturnidad la conciencia se cuaja en lo profundo de la fiebre. Un lecho algodonoso de incredulidad y mareo nos recoge a las tantas de la madrugada cuando ni siquiera el Ayuntamiento ha puesto las calles. Vas tomando presencia, te vas constituyendo en persona bajo el dolor de cabeza, entre la batalla de las almohadas, bajo la dispersa ropa de la cama que te abandonó a la tiritona, con la sequedad insoportable de los labios y la garganta: o sea, estás enferma.
Muchos y muy bien situados autores opinan que los estados depresivos sociales son más peligrosos que las epidemias. Ninguna epidemia ha matado a tantos hombres como ciertas diferencias de opinión en el año 36 del pasado siglo.
Me ha fascinado todo lo que se dijo hace días en el Congreso de los Diputados. O mejor: me ha fascinado todo lo que no se dijo.
Rajoy acaba de plantearnos una alternativa curiosa: "O nosotros o los estrafalarios".
Esta frase chusca parece identificar nosotros con orden y estrafalarios con caos, pero no lo crean: nosotros es lo de siempre y estrafalarios es lo nuevo.
Creo que fue Bernard Shaw quien escribió que lamentaba la desgracia de los pobres multimillonarios para los que no había ninguna industria que hubiera tenido en cuenta sus intereses. (Antes de continuar, ruego a mis lectores que desconfíen siempre de mis citas, juraría que fue Shaw pero no apostaría por ello)
He recibido una herencia. Raro, porque mis padres fueron maestros, o sea insolventes y decentes, especialmente él, que acabó siendo un tarambana simpático perdido en un horizonte cuajado de indios y cactus. Curioso, pues también perdí a mi marido en un horizonte similar ya que me casé con un pastor metodista y los dos juntos iniciamos la aventura de convertir al mundo. Pero el único mundo al que teníamos acceso entonces era un lugar vacío, compuesto de algunas pequeñas granjas y poblachos de mierda salpicados en un paisaje caluroso: Arizona, el desierto de Sonora, por si les suena.