Otra vez la muerte ha golpeado cerca. Esta vez ha sido en mi Cifuentes querido. No me refiero a la muerte natural, la que llega con la edad, esa casi dulce que es la última consecuencia de la vida. No; me refiero a la muerte inesperada, violenta, brutal e incomprensible, esa que cuando la ves de cerca te remueve hasta lo más hondo.
La codicia (el “ansia viva” que diría Jose Mota) está acabando con nuestra sociedad.
La codicia es la ambición sin límite, indefinida; la avaricia infinita. El codicioso no es que quiera más y más, es que lo quiere todo.
Cómo no se le habrá ocurrido aún a alguna de nuestras ”retrotelevisiones” la reposición de Barrio Sésamo, un antiguo programa infantil que, aparte del entretenimiento, enseñaba a los niños conceptos básicos como arriba y abajo, delante y detrás…
Desde hace muchos años hemos defendido el empleo como algo esencial para que las personas pudiesen organizar sus vidas. En millares de pancartas ha aparecido el empleo como principal reivindicación.
La sociedad, siempre que ha expresado sus preocupaciones a través de las encuestas del CIS, ha considerado el desempleo como uno de sus principales problemas. Unas veces junto a las drogas, otras junto al terrorismo, la corrupción o la guerra; pero siempre el empleo como una de las necesidades prioritarias de las personas.
Hoy cambio de tercio. Mi indignación no está relacionada con los políticos. No es que se estén portando mejor. Es que estoy de vacaciones y no quiero saber nada de ellos.
La Presidenta Cospedal nos ha regalado otra perla “en diferido”. Hablando de la reforma educativa, animaba a sus fans a que combatan la demagogia con pedagogía. Otra vez utilizando el lenguaje para decir lo contrario de lo que se piensa y de lo que se hace. Otra vez hablando al revés.
El otro día volvía a oír (no sé por qué centena voy) Penélope, de Serrat, y descubrí una frase en la que antes no había reparado. La pobre Penélope “espera en un banco de la estación con su bolso de piel marrón, sus zapatitos de tacón y su vestido de domingo”… y con “sus ojos llenitos de ayer”… tan llenos de ayer que no reconoce a su amor cuando regresa, como le había prometido.
… Y se quedan tan tranquilos… Hablan del desmantelamiento del Estado con una tranquilidad que espanta. Habréis oído las palabras de Esperanza Aguirre, la dama de hierro carpetobetónica: “Todos los servicios que presta el Gobierno, las Comunidades Autónomas y los ayuntamientos hay que privatizarlos o eliminarlos”… y se acabó.
Ya tenemos autoridad. Estaban empeñados nuestra Presidenta y su Consejero, asesorados por algún inepto, en nombrarnos “autoridad” a los maestros para que nos respeten los niños, los padres, la sociedad…
Los mayas no se equivocaban; estamos en tiempos de cambio, de cambios rápidos y convulsos, en el fin de una época; estamos inmersos en una revolución que va a cambiar todo en muy poco tiempo. No es la revolución que esperábamos y deseábamos millones de ciudadanos, esa que lograría un mundo más justo, más igual, más solidario…
La idea llevaba meses rondando en mi cabeza. Leía, observaba y veía ciertas relaciones que, de momento no cuajaban en nada concreto. Pero una mañana, oyendo a Iñaki Gabilondo, la idea adquirió repentina claridad: la política se parece cada vez más a la religión.Hablaba el maestro del periodismo de “teocracia” para referirse a la forma actual de gobernar y de “casta privilegiada” para referirse a nuestros gobernantes. Y es verdad.
Me molesta que me llamen pesimista. Es verdad que desde hace unos años me río menos, mis conversaciones derivan siempre hacia la crisis, me cabreo con facilidad y mi genio me hace a veces insoportable; lo reconozco. Pero eso no es pesimismo. Estoy “indignao”, “cabreao” y cuanto más miro a mi alrededor más me indigno y me cabreo: paro, desahucio, pobreza, EREs, reforma laboral, recortes… no son temas que animen mucho, por lo menos a los que yo considero “ciudadanos normales”.
Mas no se equivoca con el planteamiento de un referéndum soberanista. Creo que sabe perfectamente lo que hace. Ha lanzado unos potentes y vistosos fuegos artificiales que han conseguido el objetivo que pretendía: que el resplandor deslumbre a la gente para que no vea el empobrecimiento de las clases bajas y medias y el oscuro futuro que les espera; para que el estruendo de los morteros no permita oír el ruido de la calle protestando por las duras medidas a que lo están sometiendo y para que el tufo de pólvora y humo aturdan a la gente y la alejen de otros “tufillos” que apestan a gran parte de la clase política y de los que Convergencia no es ajena.
Palabra rara inventada para explicar lo inexplicable. Cualidad reservada a los dioses que los poderosos siempre han empleado para acojonar al pueblo llano: “dios está en todas partes, ojo con lo que haces, que te está viendo”.
Se ha muerto “El Vinajeras”. “Un zarpazo invisible y homicida, un empujón brutal lo ha derribado.” Con él se ha ido un trocito de Brihuega, “su pueblo y el mío”. Hace un mes, estando ya muy afectado, un amigo común me dijo “se nos va uno de los mejores”. Estoy de acuerdo. “Vinajeras” era uno de los mejores. No tenía ninguna cualidad extraordinaria, nada especial, era una persona normal; pero yo, que presumo de conocerlo después de más de cuarenta años juntos, creo que tenía una cosa que lo convertía en “uno de los mejores”: la pasión que ponía en lo que hacía, lo daba todo.
Parecen titulares de hace cuarenta años; pero, desgraciadamente, son de plena actualidad: emigración, Gibraltar español, unidad de España, separación de alumnos por sexo, reválida, machismo, españolizar, “dedocracia”, españoles en la vendimia francesa, aborto cero, exaltación de lo nacional, los abuelos en casa, los discapacitados con sus madres o hermanas, debilitamiento de clase media, homofobia, la enseñanza negocio para la iglesia...
Ya no se ríen. Ha pasado la euforia inicial, la alegría de ver cumplidas sus históricas reivindicaciones (obsesiones) con una reforma laboral que liberalizaba el despido, se cargaba la negociación colectiva y ponía al empresario en una ventaja más clara aún frente a sus trabajadores. Parecía un sueño: habían conseguido convencer al Gobierno de que la culpa de la crisis la tenían la rigidez del sistema de contratación, el modelo de negociación colectiva y los excesivos salarios y derechos de los trabajadores. Tampoco les costó mucho convencerlos.
“Aquí no dimite ni dios”, una frase utilizada prácticamente desde el nacimiento de nuestra democracia como una de las causas de su mal funcionamiento. Y, en parte, es verdad.
Tras muchas dudas se han decidido: van a crear un banco malo. Suena a broma. Con todos los que hay y quieren crear otro; porque, que yo sepa, no hay ni uno bueno, o si no, por qué les están inyectando tanto dinero. Tras una pésima gestión, guiados por la codicia, nuestro sistema bancario se ha arruinado y está arrastrando al Estado, que asume su quiebra transformando en pública su deuda privada.
Hace unas semanas recibí un correo en el que, entre otras cosas, reflexionaba sobre el significado de miserable. Consulté el diccionario de la Real Academia y comprobé que en su tercera acepción dice “mezquino (el que escatima en el gasto)” y en la cuarta, “perverso, abyecto, canalla”.
Con la excusa de la crisis nos están quitando muchas cosas: el dinero, el trabajo, la vivienda, la dignidad… y la participación del pueblo en la gestión de sus problemas y en la organización del Estado, o sea, la POLÍTICA. Comenzaron convirtiendo los partidos políticos en aparatos para ganar elecciones; desideologizados y dirigidos casi siempre por fracasados, los partidos mayoritarios se han empeñado en manipular todo lo manipulable para llegar al poder y mantenerse en él a cualquier precio. Sus congresos, desaparecido el debate político, se han convertido en feroces luchas internas, exentas de democracia, que premian a los sumisos y castigan a los rebeldes.
Se acerca otro aniversario de la tragedia de Riba de Saelices. La tragedia de destrucción y muerte que nunca olvidaremos las gentes de bien de esta Provincia.
En esta locura neoliberal de cargarse a los más débiles en beneficio de los más fuertes, el medio rural no iba a ser una excepción.
En esta época en lo que sólo subsiste lo que económicamente sea rentable, mantener unas mínimas condiciones de vida en nuestros pueblos se convierte en utopía.
Dos años (por poner una fecha) lleva este país como un pollo sin cabeza, dirigiéndose hacia el abismo.
Quienes han ordenado la supresión de los apoyos en Educación no saben lo que han hecho. Ni saben cómo se trabaja en Infantil, ni conocen ningún niño con problemas ni pueden valorar los progresos conseguidos por estos niños, gracias al trabajo diario de estos profesionales que ahora van a despedir. Si lo conociesen, no lo harían. Decir, además que estos despidos no dañan la calidad de la enseñanza es, sencillamente, una falta de respeto a los profesionales, a su trabajo y a su persona.
