Un zángano en el palmeral
Agosto
Leo que el refranero aconseja: “En agosto y en enero no tomes el sol sin sombrero”. ¿Por qué? Por las insolaciones y los enfriamientos, sobre todo si la coronilla despejada de cabello limita con el arranque de las sienes. Es obvio. De Perogrullo. De cajón de madera de tabla, por hacer uso de ciertos términos populares. Tan verdad como que son días durante los cuales, en cuanto es posible, salen a colación los rigores climáticos propios de esta parte del año o la extrañeza, pues parece que las temperaturas no son tan altas como en otras ocasiones. Es lo que domina la conversación. Con esto y con las vacaciones, todo dicho en el octavo mes…
Octavo, digo, no Octavio que, sin embargo, por Augusto- también su nombre- ordenó lo necesario para que fuera el mes ocho, agosto, sea casi decir lo mismo. Pero Agosto, esencialmente, insisto, para una gran parte de aquellos a quienes se quisiera preguntar, es calor y vacaciones. Justo como julio. Es verano. Y me he puesto a pensar e intento hacer memoria para compartir ahora, con ustedes los lectores, mis veranos, mis agostos en Guadalajara. Me he puesto a pensar y, como dice Serrat en “No hago otra cosa que pensar en ti”, no se me ocurre nada. Por más que me concentro, salgo a pasear- noble arte mediante el que, según dicen, se aclaran las ideas- tomo fruta- por las vitaminas- o pregunto a los que me conocen- al menos a unos cuantos- no se me ocurre nada: y pido disculpas por la obstinación. De los veranos, en general, recuerdo muros, paredes “pintadas” por el sol. Fachadas antiguas y modernas siempre luminosas y la sombra, ese reducto protector, en los suelos: una especie de acotado dentro del cual situarse para no perecer como un crustáceo sumergido en agua caliente. Rememoro tapias, paramentos, hormas, ninguna en particular pues entre los edificios o instalaciones a las que puedo aludir y los estíos de los que les cuento no hay más relevancia que en cualquier otra estación del año. También pienso en lagartijas. ¿Por qué? Lo desconozco. Pienso en lagartijas. Tal vez porque, en alguna ocasión las abre visto eventualmente quietas sobre una de esas murallas que traigo a esta parrafada y, no obstante, en ningún caso las puedo vincular con el otoño o el invierno… Por eso, diríase que los agostos, para mí, son cosa de edificios enlucidos por el sol y bichos. Todos los bichos del mundo: mosquitos, medusas, perros… bueno, los canes durante los doce meses. De este periodo, por cierto, nos quedan cuatro y ya se avista el noveno, septiembre. Y no exagero. Agosto es como un domingo. Se inicia con gran felicidad y cuando llega la hora de mirar cómo se pasó el tiempo, penan las almas irredentas por los rincones anunciando la trágica llegada del lunes. De modo que esto también es agosto. Porque, como dice el refranero y regreso al principio, “Ni en agosto caminar, ni en diciembre navegar”. O lo que es lo mismo: pies quietos mientras cae la que está cayendo y, si arrecia el temporal, lejos de las olas. Sentados, o mejor: tumbados.