Pie a tierra

Cadenas, femenino plural

Dice el ministro pijo, ese que algunos calificaban de moderado, que él “sí tendría un hijo con malformaciones graves”; no me lo creo. Me parece una mentira tan absurda como su propuesta de reforma de la ley del aborto o los argumentos con que intenta justificarla.

 

Creo que cuando hace esa afirmación está pensando en otros tiempos, en sus tiempos, en esos tiempos oscuros a los que nos quieren hacer volver. Esos tiempos en los que a los discapacitados se les llamaba con el eufemismo de subnormales, lo que da una idea de la brutalidad de la época.   

Lo que quiere decir Gallardón es que, si dios le mandara un hijo con malformaciones, lo aceptaría con resignación y, como hacían las familias pudientes  en su añorada época franquista, lo metería en un centro privado especializado para que no le faltase de nada e iría de vez en cuando a verlo con su familia.

Porque no veo yo al ministro renunciando a su carrera política y profesional y encerrándose en casa de por vida para atender las necesidades de ese hijo.

Se olvida Gallardón de que a esos centros accedía sólo una minoría de los discapacitados. La mayoría, por falta de medios económicos, se quedaban en casa, a veces ocultos, a veces encadenados y siempre atendidos por una mujer (su madre, su hermana) que renunciaba a su vida para permanecer, encadenadas también, al lado de su ser querido.

Habíamos empezado a romper estas cadenas; a devolver la dignidad a estas personas y a las mujeres que las atendían. Y ahora quieren devolvernos a aquellos tiempos oscuros.

Porque la ley del aborto que propone este gobierno, no supone sólo una pérdida de derechos y libertades de las mujeres a la hora de tener o no un hijo. Es un paso más en el camino hacia el modelo cristiano de familia en el que la mujer tiene un papel secundario de servicio y atención a los demás. Es otro paso más hacia ese modelo de mujer, resignada y obediente, recluida en la cocina y sometida al cabeza de familia, que defiende la derechona católica y radical que todavía quiere mandar en nuestro país desde las tripas del PP.

La ley de educación avanza también en este sentido: segregación por sexos, para educar a cada uno en su papel; la permanencia de la religión católica en la escuela, para adoctrinar a los niños y niñas en sus respectivas funciones familiares y sociales; las dificultades de acceso a la universidad, ahora que la mayoría son mujeres…

La paralización de la ley de dependencia, los recortes en sanidad y la rebaja de las pensiones llevan incluido un plus de asistencia en casa a discapacitados, enfermos y mayores que apunta de nuevo al papel asistencial de la madre de familia católica. Más aún con una reforma laboral que no avanza precisamente en la igualdad de derechos de la mujer, sino que profundiza en la temporalidad y la precariedad, en las prolongaciones de jornada, en los horarios laborales indefinidos, en la discriminación salarial de las mujeres que, unidas a la sobreabundancia de desempleados, obligan a retornar al hogar a un gran número de trabajadores, y mucho me temo que se apunta de nuevo a las mujeres.

Aunque no hayan alcanzado todos sus objetivos (veníamos de muy lejos), no tengo duda de que las mujeres son el colectivo que más ha avanzado con la democracia en nuestro país. No ha sido gratis. Nadie les ha regalado nada. Su rebeldía y su lucha lo han conseguido. Han igualado y superado a sus compañeros en el colegio, en el instituto y en la universidad. Han irrumpido en el mundo  laboral y en la política; han superado a los hombres en muchos aspectos: leen más, viajan más, cuidan su físico y su salud, son más solidarias, más sociables… y se han desprendido de muchas cadenas.

Pero los enemigos siguen ahí, con sus obsesiones de siempre, con su modelo de sagrada familia, con su modelo de sociedad machista, con sus poderes fácticos presionando para devolvernos a las cavernas.

No podemos consentir, tampoco,  este retroceso. Las mujeres deben continuar su lucha por la igualdad y la libertad. Y, junto a ellas, todos los que pensamos que cuando alguien retrocede retrocedemos todos y, por el contrario, cuando alguien avanza, todos avanzamos.

Más aún si quien lo hace es la mitad de la sociedad.

El Campus siempre llama dos veces
Esta noche de farra y alegría