Un zángano en el palmeral

CARTA A GASPAR, MELCHOR Y BALTASAR

Me gustaría haber podido escribir “estimados reyes” con cierto fundamento. Pero, ustedes ya lo saben, no nos conocemos. Es algo que, sin embargo, no impide los afectos, la fascinación, la esperanza, la ilusión, atributos que muchos exponen a la hora de hablar de ustedes en perfecta sintonía con esa condición que nos permite estar informados y, a la vez, sin conciencia real de cómo son los Reyes Magos de Oriente….

Por lo tanto, procede, explicarles por qué un adulto entretiene su tiempo y, seguro, abusa del de ustedes, a fin de remitirles este correo. No es que mi caso- en esto tampoco- sea el único, pero, a ver, estarán un poco hartos. Ya se nota la mano de los padres en las misivas que llegan de parte de los hijos de estas criaturas, ya en edad de mirar a la jubilación e incluso de observar cómo se acerca el tiempo de la inevitable decadencia, así que, he de pedirles disculpas por anticipado.

Escribo y me dirijo a ustedes por ociosidad. Porque se me ha ocurrido. No tengo nada que pedir, ni nada que enmendar en el supuesto de que pudieran intervenir para llevarlo a cabo. Sé de sus dotes mágicas, pero también sé de los miles de operarios que, en el anonimato, sirven a sus majestades a fin de que las operaciones de entrega de juguetes y regalos, durante los primeros días de cada año, culminen con verdadera eficiencia. De modo que, aunque si se equivocan no lo hacen en exceso, declino todo favor. Ni siquiera recuerdo haber escrito nunca una carta en la que solicitara esto o aquello. Al menos, no conscientemente. Y si fui inducido tampoco podría certificar los hechos con absoluta seguridad. Mis recuerdos de la infancia son como esos fragmentos que se encuentran los arqueólogos cuando excavan en un terreno, a partir de los cuales se orientan para decir que, anteriormente la vida fue de una manera o de otra. Al fin, me inventaría las cosas y hasta podrían pasar por hechos consumados. Mas, ¿a quién quiero engañar?

Escribo porque a estas alturas del mes no he dispuesto la pantalla de mi ordenador para, mediante la aplicación que se imaginan, ponerme a escribir otro cuento de “adversa Navidad”… ustedes saben, y estarán satisfechos de que sea así, que, cada año, desde hace muchos, escribo breves narraciones cuyo final, cuando menos , es abrupto. Más bien de tintes fatales. ¿Por qué? Porque este exceso de bondad de marca blanca que se expende en los hipermercados de la hipocresía humana, siempre me ha resultado de mal gusto. Debí ignorarlo y dejarlo estar. Dar la espalda a tanta gazmoñería. Pero caí en el uso de las costumbres navideñas, precisamente, negándola. Otra forma de ser navideño, se me dirá, y con razón. Pero, en fin, que no hay cuento ni lo habrá. Al menos no este año. Que nadie lo espere. Y si se me ocurre alguno, lo guardaré para mí. Es una decisión firme. Tan soberana como la iniciativa de escribir esta carta de la que son destinatarios, simplemente, porque no habrá otra Navidad, esta vez, más que la postrera. La que representan ustedes.

Es verdad que comulgaré con algunas hostias como anillos de Saturno durante este tránsito. Saben ustedes que ni soy invulnerable ni ofrezco la cara de quien es incapaz de ver algo deseable en lo calificable como insano. Lo saben. De modo que, atravesaré este territorio aboyándome con los límites de la cosa, de un lado a otro zarandeado, intentando mantener la compostura a pesar de los pesares.

De esta forma, ahora que estoy a punto de cumplir mi primer año de vida- ustedes ya saben por qué- tomen nota de mi fortuna: en este año me acompañaron los mejores. Quienes para mí lo son. ELLOS saben qué lugar ocupan y por qué digo lo que digo. Hago gala de pudor omitiendo más detalles y me contengo a la hora de ofrecer nombres propios. No me gusta el cotilleo.

Dicho todo esto, ya saben, no se dejen intimidar por los amigos de la monarquía ni acepten sin más los abrazos de los enemigos que ustedes tienen. Entre besos y puñales siempre hay una oportunidad para la sangre. Desconfíen pero lo justo. Si hay que palmar, que sea dejando rastro.

Tengan cuidado con los desfiles, es Santa quien los carga… por cierto, a él no le remito cartas. No por nada. Lejos de mí la idea de castigar y premiar conforme a supuestos identitarios. Sé que es parte del comercio. Como ustedes. Como yo. Como todos. Y esto no está bien ni mal. Solo conviene saberlo. Tal vez es porque vivo en la convicción infantil de que, como creen los dueños de mascotas en España, los perros nacen sabiendo castellano y ustedes lo dominan con toda soltura.   

Y nada más. Viajen sin novedad o utilicen algún servicio privado de mensajería y que enero sea un mes más de triunfo para ustedes.

Con la atención que merecen…

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