Historia de Guadalajara

Historia de una provincia con un pasado mucho más apasionante del que a simple vista parece.

CONFINAMIENTOS FAMOSOS: LA PRINCESA DE ÉBOLI

Ahora que parece que podemos empezar a recuperar la vida que teníamos antes del confinamiento, es un buen momento para empatizar con una persona famosa de nuestra provincia que pasó por algo parecido a lo nuestro, con la particularidad de que lo que para nosotros han sido un par de meses, para ella fueron muchos años, y sin un móvil o una tele para pasar el rato y comunicarse con el mundo exterior. Estamos hablando de Ana de Mendoza y de la Cerda, más conocida como la princesa de Éboli. 

Doña Ana, que nació en Cifuentes en 1540, tenía todo lo necesario para poder disfrutar de una vida cómoda y desenfadada, pues descendía de la rama más poderosa de los Mendoza alcarreños, y entre sus parientes podía contar con el mismísimo cardenal Mendoza como abuelo (si, ha leído usted bien. El cardenal llamaba a sus hijos “pecadillos de juventud”, y se esforzó en que fueran reconocidos como hijos legítimos, con título nobiliario incluido). Sin embargo, a diferencia de otras nobles de la época, que se limitaron a cumplir con el rol que la sociedad les había asignado, su biografía es de todo menos aburrida.

Escribir sobre su vida no es fácil, ya que debido a su carácter tuvo tantos admiradores como detractores, que nos han dejado mucha información contradictoria. Se hablaba de su inteligencia, su belleza, su carácter dominante, su altivez, su coquetería y su talento, así como de su famoso parche en la cara, cuyo origen es desconocido, pues algunos decían que había perdido el ojo en un accidente de esgrima en su niñez, mientras que otros defendían que ocultaba su estrabismo. A los doce años se le “recomendó”, por decirlo amablemente, que se casara con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli y de nacionalidad portuguesa (no olvidemos que Portugal, igual que Castilla, formaban parte de los dominios de Felipe II). El príncipe de Éboli fue un fiel servidor del rey, que le recompensó con el ducado de Pastrana, desde donde el noble gobernaba sus posesiones. 

En la villa alcarreña ambos príncipes llevaron a cabo un ambicioso programa constructivo que engrandeció al municipio hasta ser la joya que se ha conservado en la actualidad. Como parte de esta actividad, doña Ana se encargó de fundar dos conventos de carmelitas, lo que le valió no pocos conflictos con las monjas, lideradas nada menos que por Santa Teresa de Jesús. La princesa se empeñaba en que las construcciones fueran a su gusto, que horrorizaba a la religiosa, cuyo carácter tampoco era precisamente dócil.

En 1573, después de haber tenido la friolera de diez hijos, doña Ana enviudó, y decidió comenzar una vida dedicada a la oración, para disgusto de Santa Teresa de Jesús, que tuvo que aceptarla bajo su techo. En aquella época muchas aristócratas habían puesto de moda los actos de devoción extremos, y doña Ana no quiso ser menos (además, al hacerse monja evitaría tener problema con ciertas deudas pendientes, según se comentaba en la Corte). Tras un tiempo en una austera celda, la princesa de Éboli se aburrió, y pasó a vivir en una casa en el huerto del convento con sus criadas, a todo lujo, y con posibilidad de salir a la calle cuando quisiera. Esta situación acabó enfadando al resto de religiosas, que tomaron la iniciativa de abandonar el convento y dejarla sola. Tras estos hechos, doña Ana decidió irse a vivir en Madrid, donde aprovechó la cercanía a la Corte para publicar una biografía de Santa Teresa que dejaba tan mal a la religiosa con mentiras y exageraciones, que llegó a ser prohibida por la Inquisición.

En la Corte española doña Ana se esforzó por dejar a sus hijos en buena posición. Sin embargo, su carácter intrigante hizo que pronto fuera objeto de rumores y habladurías que acabaron por pasarle factura. Se llegó a decir que era amante de Felipe II, aunque esto nunca fue demostrado, y parece bastante inverosímil. Sí que parece más probable que tuviera encuentros amorosos con Antonio Pérez, secretario del rey, lo que a la postre acabaría mal para la princesa, pues fueron descubiertos nada menos que por Escobedo, el secretario de Juan de Austria, hermanastro del rey, y su hombre de confianza.

Antonio Pérez era un buen amigo de Escobedo, pero en algún momento comenzó a pensar que éste podría usar su secreto contra él, así que decidió tomar la iniciativa, e hizo lo posible para que cayera en desgracia antes de que pudiera hacerle daño. Aprovechando su cercanía con el rey, comenzó a acusarle de maquinar contra la Corona, y Escobedo apareció un día misteriosamente apuñalado, después de haber pasado la tarde en la casa de la princesa de Éboli. La situación se le fue de las manos a Antonio Pérez, pues en la Corte pronto se le acusó del asesinato, aunque el rey tardó nada menos que un año en tomar acciones y proceder a detenerle. Al enterarse de que iban a por él, Pérez huyó a Aragón, para después salir del país, lo que dejó en muy mala situación a doña Ana, de cuyos amoríos con el prófugo todos sabían.

Lo que pasó después no está del todo claro, pues parece que la princesa de Éboli no solo había sido cómplice del asesinato de Escobedo, sino que también había estado implicada en otras intrigas palaciegas relacionadas con la sucesión al trono. El caso es que Felipe II decidió recluirla, primero en Pinto, luego en Santorcaz, y finalmente, en 1581, en su palacio de Pastrana. Además, le quitó la tutela de sus hijos y la administración de sus bienes. Es interesante ver cómo el monarca, a pesar de ser muy duro con ella (en sus cartas se refería a ella como “la marrana”), cuidó del futuro de sus hijos, pues también lo eran del que había sido su fiel servidor, el difunto príncipe de Éboli

En Pastrana la princesa, atendida por su hija menor, quedó confinada de por vida. Felipe II dispuso que se colocaran rejas en las ventanas y balcones para evitar que huyera. Únicamente se le permitía salir al balcón una hora al día, de donde viene el nombre de la plaza donde se ubica el palacio ducal. Finalmente, la princesa murió en su encierro en 1592, después de más de diez años sin poder salir de su prisión. ¿Fue demasiado injusto el rey con ella? Es difícil de saber, pues el personaje estuvo envuelto en demasiadas intrigas cortesanas como para poder diferenciar lo cierto o falso de muchas de ellas. Lo cierto es que, siglos después, la princesa de Éboli sigue envuelta en un halo de misterio, que aún sigue presente en la magnífica plaza de Pastrana.

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