El blog de la señora Horton
DÍAS DE ULTRATUMBA
Hay días raros y malos en todas las biografía y hoy les ha tocado a ustedes uno mío.
Hay días en los que el mundo y toda la morralla que lleva encima se hacen poco soportables. Cuando esto me pasa tiendo a culpar a la dieta: lo mejor es pensar que algo nos ha sentado mal y por eso no encontramos al residente habitual de nuestro cuerpo, sino a un huésped inoportuno para el que no hay "chance", o como lo queramos llamar. Entonces sí se piensa en la muerte como en un descanso, ya que si abundamos en los malos pensamientos de vigilia, el descanso eterno nos empieza a parecer no tan indeseable.
Leí, a propósito de esto, que en casa de Madame de Chatelet, dama ilustrada que amaba a Voltaire y traducía a Newton, se discutía a menudo sobre el suicidio y a esas tertulias acudían gentes complejas aquejadas de spleen, escritores, artistas en general, que en un determinado momento sentían que vivir era una patochada y que la vida no es el don más deseable. No hace falta que recuerde aquí a Ciorán, personaje que debía tener una composición hormonal no muy diferente de la mía y que se asombraba, como me asombro yo misma, del valor que se da a respirar, como si no fuera mejor a veces sumergirse en una buena siesta eterna.
Pero yendo a casa de Madame de Chatelet donde a la sazón (por lo menos en el párrafo anterior) se encontraba Voltaire esta tarde, dicen que nuestro hombre defendía la especie de que suicidarse era costumbre elegante, de gente bien y suponía por ello que era una costumbre importada de Inglaterra.
Él, con su metabolismo corrosivo y su talante justamente volteriano, afirmaba en aquellas veladas inolvidables (empinando el codo con el licor malva Perfait Amour, y desenvolviendo chocolatinas a la luz humanizada de los quinqués) que los ingleses padecían de spleen y se mataban por sentido del humor. «Se vanaglorian de ello, porque cualquiera que se cuelgue en Londres, aparece al día siguiente en la Gaceta», decía. Pero aquellos humanos curiosos o pasionales o arrebatados, que en su amor por el lujo o la ciencia o la aventura estaban dispuestos a dispendiar hasta su propia vida, han dejado el paso a otros, nosotros, apegados como parches al único mundo de que tenemos noticia cierta.
Los que aparecen hogaño en las gacetas no son señoritos que apostaron su vida a la fama, sino corruptos que piensan en cualquier cosa menos en suicidarse, quizá porque curados de splin —y espanto— se huelen que tras la muerte hay poco que contar. Además, la muerte es un exceso, y lo que nos va es el ahorro, la administración de la miseria propia, el sacar provecho de la más humilde mediocridad y ni aún un nonagenario demenciado, con marcapasos y respiración asistida, tiene curiosidad alguna por incursionarse en el más allá.
No creemos en ultratumba y eso nos impide suicidamos, por más que en EE UU se haya levantado hace tiempo una campaña a favor de la muerte con el señuelo de que nos esperan un túnel, una luz, una música y un señor con túnica. El gran ejemplo de este espíritu de los tiempos ruines y agarrados, corre a cargo de los políticos que han conseguido llegar a un sillón. Observemos que rara vez mueven de él su culo a pesar de las catástrofes sin cuento que provocan y a pesar de que el público en general solicite con ardor su mutis. Ahí estaba la Mato, agarrándose desesperadamente a los brazos del suyo mientras le tiraban de los pies. Y tuvo que soltar al fin las manos. (Muchos miembros he manejado en un solo párrafo ¡qué se le va a hacer!)
No es que yo les invite a suicidarse en rebaño, pero hombre, algo de desasimiento y elegancia en la concepción de la vida se les podría solicitar. De vez en cuando hay que ser fieramente humanos y eso no es típico de los políticos que viven en su mayoría del menudeo con las arcas del Estado y las cuentas con tinta invisible. Los hay buenos y de esos no digo nada. Pero me salen pocos. Los puedo contar con los dedos de una oreja.
El pedestrismo de esta época bárbara y sin fe no invita a dar ni un solo paso adelante. Si el mundo de ultratumba nos está vedado (pues sospechamos que tras el túnel, la luz y el señor de túnica sólo hay un escenario apagado, una fría almoneda) también sospechamos que en el abigarramiento exterior a nuestra vida no tenemos ni un solo hueco donde poner el pie. ¿Qué hacemos, aguantarnos con lo puesto o renunciar románticamente a todo?
Pero nosotros no acabamos de tragarnos lo del túnel y la luz; no padecemos de spleen; carecemos de sentido del humor; no conocemos a Madame de Chatelet y cualquier volterianismo nos parece anatema: reconozcamos que no hay ningún acicate para el suicidio.
Hay que ver qué pesados nos ponemos, especialmente yo. Hoy.