Pie a tierra

La corrupción: una visión gramatical

Probablemente no sea el enfoque más acertado, dado el estado de cabreo de la sociedad española y el hartazgo de desayunarse cada día con un nuevo caso de corrupción. Pero se me ha ocurrido que también se podía tratar el tema desde el punto de vista del lenguaje, de la gramática.

 

Corrupción es un sustantivo, y como tal tiene género y número. Aunque es de género femenino, se refiere generalmente a un delito masculino. Salvo excepciones, son siempre hombres los implicados en este delito. Esto es una reminiscencia del machismo de nuestra sociedad que ponía nombres femeninos a los tornados, que culpa a Eva, y con ella a las mujeres, de los males de la humanidad, o pone género femenino a delitos masculinos, como es este caso o el de “violación” o “pederastia”.

Es precisamente ese machismo el que relega a las mujeres a un papel secundario, también cuando se habla de corrupción: no se enteran de nada de lo que hacen sus maridos, como la ministra de sanidad o la hermana del rey, por ejemplo, lo que tampoco las deja en muy buen lugar.

En cuanto al número, corrupción es un sustantivo singular, lo que entra en total contradicción con lo que está pasando en España: no sólo nos encontramos con cientos de casos, sino que, además, en cada caso actúa una pluralidad de delincuentes, lo que la hace doblemente plural. Eso sí, la corrupción hace que nuestro país sea singular, único.

Se trata de un nombre común; y tan común. Se da en todos los partidos, en todas las organizaciones sociales, en todas las comunidades autónomas, en todas las administraciones… no puede ser más común, general y cotidiano. Pero también la corrupción tiene nombre propio. Mejor dicho, nombres propios, porque ya hemos visto que es plural. Nombres propios y conocidos por el pueblo y por quienes tendrían que tomar medidas contra ellos. A veces son tan propios (si es que esto tiene grados) que son los que nos dirigen; son propios y principales.

Pero no acaba aquí la peculiaridad de este sustantivo; es también a la vez individual y colectivo. Individual desde el punto de vista del que se enriquece con la corrupción, porque individuales son las cuentas corrientes donde ingresan su dinero e individuales son las propiedades que les regalan o adquieren como fruto de la corrupción. Pero es nombre colectivo desde el punto de vista del defraudado: el erario público en todas sus manifestaciones. Se aprovechan de los bienes colectivos, de lo que es de todos, para su disfrute individual. Otra contradicción.

Y hay más. Corrupción es, al mismo tiempo, un nombre contable e incontable. Contable está claro, se cuentan los casos, se cuenta el dinero, se cuentan los Jaguar, los trajes, etc. Bueno, se cuentan si tienes una cierta formación matemática que te permita entender y manejar números con tantos ceros. También son contables los ladrones que aprovechan sus cargos para robarnos. Es tal la abundancia que, al mismo tiempo, es un sustantivo incontable. Los caso de corrupción, las cuentas en paraísos fiscales, los estafadores… son tantos que parecen incontables, innumerables, infinitos.

También es incontable en el sentido de que es tan grave que no se puede contar; por ejemplo en Europa. La imagen que está dando nuestro país en el exterior, de chorizos ibéricos, hace que mucha gente se avergüence a veces y no cuente (o maquille) lo que está ocurriendo en la realidad. La realidad es tan exagerada que la gente honrada teme que no le crean si la cuenta tal cual es.

Para otros, como nuestros representantes, los banqueros o los empresarios, es incontable porque conocer toda la verdad supondría cerrarnos el grifo y, con ello, limitar su posibilidad de “negocio”.

Por si no fuese suficiente, aún queda otra peculiaridad de este vocablo: la corrupción es, a la vez, un sustantivo concreto y abstracto. Es concreto: se percibe por los sentidos; se siente, se palpa, se ve, se oye, se huele… Pero es curioso, sólo lo perciben una cierta clase de personas, las clases más bajas; podríamos decir que existe una discriminación según el nivel económico. Porque la clase más poderosa (económica, social y políticamente) no se entera, no la perciben, aunque la tengan muy, pero que muy cerca; tan cerca que deberían ser los primeros en percibirla, sin necesidad de que otros les avisen.

Con la corrupción ocurre como con los pedos: el culpable siempre se calla, disimula, niega, intenta despistar, culpa a los demás…

Un último fulgor
Amo Portugal intransitivamente