Pie a tierra

La España Vacía (1)

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No es la primera vez que aprovecho este blog para hablar de un libro que acabo de leer. Me parece importante compartir las lecturas que nos resultan interesantes.
En este caso se trata de un libro de Sergio del Molino que se titula “La España vacía” y que aborda el tema del abandono del medio rural y los problemas que ello acarrea. Me ha gustado mucho. Os invito a que lo leáis.

Tengo pensado exponer aquí algunas reflexiones que su lectura me ha suscitado, será más adelante; pero antes, como aperitivo y para animaros a su lectura, os presento un fragmento que me ha parecido muy bonito…

“A las siete de la mañana de un día cualquiera de octubre… en cualquier capital de comunidad autónoma… Hace frío. Cuatro jóvenes de entre veinticinco y treinta años se suben el cuello del abrigo, se frotan las manos y esperan bostezando en una esquina. Un coche para. Se suben. El coche arranca y enfila las salidas de la ciudad. Cada día es un coche distinto. Se turnan para no tener que conducir todos los días. Son cinco, así que pueden conducir un día a la semana y dormitar durante el viaje los otros cuatro. El coche se desvía varias veces de las carreteras principales. Busca rutas secundarias y terciarias, circula solo por carreteras estrechas y rectas que cortan llanuras pardas. De vez en cuando adelanta a un tractor o al ciclomotor de un labriego o a un camión que transporta piensos o ganado. Poco más. Llegan al pueblo recién amanecidos. Se desperezan y empiezan su jornada. Son los profesores del colegio.

No viven en el pueblo porque no merece la pena. Son interinos, no han ganado aún su plaza y es probable que el curso siguiente tengan que dar clase en otro pueblo de la provincia o de la comunidad. Mantienen su casa en la capital no sólo porque lo prefieren a mudarse a localidades minúsculas donde apenas trabajan unos meses, sino porque su plan, a medio plazo, es conseguir una plaza en la ciudad. Acumulan puntos, hacen méritos.

El diseño aparentemente meritocrátrico de reclutamiento de profesores para el sistema educativo público español propicia que los más jóvenes, los que empiezan en la docencia, a menudo no tengan más remedio que aceptar sustituciones e interinidades en pueblos remotos de su comunidad. Van allí porque los veteranos ya han copado las plazas buenas, así que se toman esos años como una penitencia necesaria antes de que un nuevo concurso-oposición o una carambola los lleve de vuelta a su casa. Entre esos jóvenes profesores que cada mañana comparten coche para viajar setenta, cien o ciento cincuenta kilómetros hasta su puesto de trabajo hay muchos vocacionales y enérgicos. El rodillo de los años no les ha mellado la voluntad ni las ganas de levantarse cuando suena el despertador. El contador de decepciones está casi a cero y la vitalidad, al cien por cien. Creen en lo que hacen, están convencidos de la importancia del magisterio y uno cuanto han ido más allá de la formación convencional, han leído mucha pedagogía y les apetece innovar dentro de los límites del sistema (que pueden ser estrechos). En la escuela rural encuentran un campo de intervención prodigioso. Quizá muchos pueblos no tengan docentes veteranos y curtidos, porque nadie aguanta en ellos una temporada larga, pero, a cambio, disponen de jóvenes que se toman su trabajo muy pasionalmente… Sin entusiasmo, sin un entusiasmo extasiado y rayano en la demencia, casi nadie sube a un coche a las cinco de la madrugada para viajar dos horas al medio de la España vacía a cambio de un sueldo muy bajo y un futuro sin asegurar…”
(… El autor los compara con las misiones culturales de la República, de las que habla en el libro…)

“Quizá no se llamen Rafael Alberti o Antonio Machado, pero en términos pedagógicos están mucho mejor formados que cualquier joven misionero de los años 30 y tienen muchas más aptitudes y herramientas para enfrentarse a su trabajo. Ya no es una semana de funciones de teatro y un modesto lote de cien libros. Ahora hay un trabajo continuo e intensivo. Pero, en el fondo, subyace un espíritu parecido. Es difícil que muchos  de estos docentes jóvenes no se sientan un poco misioneros. Están de paso, al fin y al cabo. Llevan la cultura y la educación a los pueblos como un bien importado porque ellos mismos no se quedan.
Al terminar las clases, vuelven a sus ciudades. Persiste una idea de redención. Llevan al campo un reflejo de la vida urbana, una pequeña muestra, como viajantes de comercio, pero son pocos los que se sienten parte del lugar. Los pueblos siguen siendo un terreno de trabajo, un territorio en el fondo un poco extranjero al que les une un compromiso temporal… Son una especie descafeinada y esnob de exiliados que, en el fondo tienen que convencer a los vecinos (y convencerse a sí mismos) de que llegan de fuera para salvarles. Son o creen ser la avanzadilla de la civilización, por mucho que ese pensamiento les repela, la cuerda que une la tradición con la modernidad de la ciudad.

Quizá con otro sistema de reclutamiento del profesorado, con mayores facilidades para conseguir una plaza y menos interinidades, se producirían muchas epifanías como la de Doctor en Alaska. El urbanita reticente que se enamora del pueblo y hace de él su casa. Tal vez así se acabaría con todo resto de la idea redentora y misionera. Pero mientras muchos docentes estén de paso, el espíritu de redención seguirá latente.”

El obispo guerrero y la conquista de Sigüenza
La traición