Pie a tierra
Soraya
Me gusta la Vicepresidenta de las tres eses. Me gusta especialmente en la rueda de prensa de los viernes, después de cada Consejo de Ministros. Me gusta, sobre todo, cómo escoge las palabras para no herirnos. Ella sabe que lo que nos tiene que comunicar es duro, pero se esfuerza en buscar eufemismos, palabras más suaves que no incrementen el dolor de sus conciudadanos. Le toca el difícil papel de comunicar las malas noticias de este camino de reformas que emprendieron hace dos años y ella, como quien comunica a una madre el fallecimiento de su hijo, busca la forma de que duela lo menos posible. Gracias, vicepresidenta, gracias por intentar que incluso los recortes nos parezcan agradables. Gracias por su esfuerzo.
Porque se esfuerza. Ella no es así. Lo demuestra en el Congreso, cuando se enfrenta a sus compañeros diputados y diputadas: allí se manifiesta como la fiera que creo que lleva dentro. Ahí muestra su cara dura, cruel. Ahí se levanta, entorna los ojos y dice eso de “los que no sé es cómo no les da vergüenza decir eso, con la herencia que nos dejaron…” o similares. Da igual quién sea el que haya hablado; da igual lo que haya dicho; la respuesta, sin eufemismos, contundente y descalificadora, acaba con cualquier intento de diálogo.
Es un nuevo estilo parlamentario. No tengo claro si lo ha introducido ella o, simplemente es ella la que mejor lo interpreta. Es el estilo verdulera (con perdón), esa señora que, con las piernas separadas, las manos en las caderas, contoneándose ligeramente de izquierda a derecha y la mirada fija, espeta un “y tú qué” para continuar con una sarta de insultos hacia su contrincante, su familia y todo los que le rodea y acabar con la discusión, cuando ya no quedan otros argumentos.
Esta faceta de la vicepresidenta no me gusta. No me gusta ni lo que dice ni el tono en que lo dice. Ni el fondo, ni las formas.
Las formas, porque en el templo del diálogo, el Parlamento, deberían, unos y otros, dar ejemplo de corrección y elegancia en la presentación de sus ideas, propuestas y alternativas. No es necesario ser bruto o cruel para expresar opiniones contundentes. Más cerebro y menos vísceras.
Y tampoco me gusta lo que dice porque creo que no tiene razón. Aunque sus oponentes políticos hayan cometido errores en el pasado (es evidente, por eso están ellos en el Gobierno), no significa que ya nunca puedan llevar razón en lo que digan.
Un ejemplo. Yo soy exfumador. Empecé a fumar muy jovencito, después lo dejé. Cada curso, cuando surge la oportunidad, explico a mis alumnos lo que considero uno de los errores mayores de mi vida. Les hablo de todo lo que me he perdido por fumar y de los riesgos que he asumido por hacerlo. Y de lo poco (nada) que se obtiene a cambio. De lo mal que me sentía cuando fumaba y lo bien que me encuentro ahora. Estoy seguro que hablar en primera persona, reconocer mis errores para animarles y ayudarles a prevenir los suyos es efectivo. Mi mensaje preventivo les llega incluso más que si quien se lo cuenta es alguien que nunca ha pasado por esta experiencia.
¿Cree la vicepresidenta que mis errores de juventud me desautorizan para aconsejar a mis alumnos? ¿Me diría “más vale que te calles, tú, con lo que has fumado”?
Pienso, sinceramente, que se equivocan. La experiencia, buena o mala, siempre enseña… a quien quiera aprender.