Explica el propio Gamba que Arráncame la cabeza son cuentos sorprendentes e inesperados, de los que te vuelan los sesos y con su reto provocador saltó a las tablas vendiendo palabras y comprando sonrisas, viajando por los mares del sur, siendo príncipe o pirata, hormiga o cigarra, rompiendo los clichés y retorciendo la moraleja para desabrochar la caracajada, con una narración a mitad de camino entre el cuentista y el payaso.
Escenifica la palabra y mantiene un ritmo en la narración en el que las historias toman otra dimensión cargadas de sonidos, de colores, de imágenes que se proyectan con su tono y provocan múltiples efectos, al utilizar con maestría de mimo su cuerpo como instrumento para contar.
Y en la sucesión encadenada de acontecimientos que cambian los argumentos de todos los cuentos, todo parece improvisación aunque no lo es, y el público cautivado, ni se da cuenta de que las historias no tienen ni pies ni cabeza, que ya no importa el qué cuenta, sino cómo lo cuenta.