Y es que este Maratón de los Cuentos es mas poético que nunca; este año es la poesía el hilo conductor de todo el evento, dado el maravilloso romance que ciudad y literatura mantienen tras 25 años de idilio. Así, los poetas, muchos de ellos raperos – cantantes de rap y más cosas- se congregaron sin sillas, sin escenario y con poco público, aunque entusiasta y entregado. Junto a las escaleras en las que una semana antes Felipe II e Isabel veían bailar a los cortesanos, tienen su espacio contador a cantador más bien.
En primer lugar fueron saliendo las intimidades de los poetas en forma de versos nítidos y libres, directos y de lenguaje sin retruécanos o palabras rebuscadas. Su poesía es directa, contundente y muy emotiva, a veces exageradamente, como debe ser en un veinteañero que expone sin filtros ni composturas; que a veces vomita palabras y otras se deshace en dulces susurros... que ama u odia.
A veces es críptico, intraducible e incomprensible. Difícil seguirlos porque de tan nuevos casi parece que manejan un idioma diferente aunque sea el castellano el que utilizan; con claves y giros lingüísticos que emplean y entienden sus coetáneos y sirven un poco de antifaz para guardar sus misterios antes las generaciones mayores.
A modo de rap, que no sólo es un estilo musical nacido del Funk Jazz hecho bases para los Street poetry's de Nueva York a finales de los 70, los poetas se expresan bien.
Sus cadenciosa, casí monótona rítmica, lleva los poemas a caballo haciéndolos letras de canciones; casi nada distinto a cualquier canción, sólo que la mayoría de los raps en vivo son improvisación pura y dura. Como en Jazz, jamás verás un concierto rapper igual a otro y generalmente estos encuentros, más poeticos que musicales – aunque que puede ser perfectamente al revés- las “Jam Sesion”, destilan emotividad, muchas veces durísma y sin cortapisas a la hora de poner e entredicho la situación, al político de turno, al vecino macarra...
El rap es recitar en modo joven, dijo uno, cosa cierta pero no exacta, porque hay rappers sexagenarios, y más, como también hay jóvenes paoetas que no rapean. Lo que sí está claro es que es el modo en que la poesía de la calle se desnuda mejor, como lo hace un graffiti en un muro mejor que en un cuadro.
Ellas, ellos, raperos o no, brindaron la oportunidad de mostrar que no hay estatismo en la poesía, que siguen naciendo poetas y gente que saca el alma de paseo para que cuente sus chismes, con notable calidad en la mayoría de ellos, casi tanta como timídeces y risas miedosas ante la posiblidad de ser protagonista un ratito con sus cosas.... Cosas de la verdad que siempre es joven. “Esos mequetrefes no son viejos, sólo mienten; la verdad es verdad hasta que mientes; luego te haces mayor y no dices lo que sientes” , contaba uno de los rap que llenaron la noche.